Se denomina intolerancia al acto de despreciar a una persona por sus orientaciones políticas, religiosas, sexuales, etc. Este accionar no necesariamente constituye delito en todos los casos, aunque seguramente bordea esta circunstancia. A lo largo de la historia de la humanidad fueron números los casos en donde una actitud intolerante llevó a verdaderas tragedias.
La actitud intolerante puede ser identificada como una incapacidad, y en este sentido, son pocos los que pueden sentirse exentos totalmente de este defecto. Esto no implica coincidir con todas las creencias, actitudes o accionar de una persona, sino simplemente evitar llevar esta diferencia al plano personal.
La intolerancia en ocasiones puede revestir formas peligrosas como la discriminación racial. Desde la esclavitud en tiempos lejanos hasta el Ku Klux Klan, esta ha tenido innumerables ejemplos lamentables. No obstante, lo peligroso se evidencia cuando estas actitudes se promueven desde el estado. Así, el nazismo en la primera mitad del siglo XX, que llevó a la muerte a millones de judíos, o el apartheid sudafricano, vigente hasta el año 1992, son ejemplos claros donde el racismo no solo era tolerado sino justificado y promovido por las leyes.
En cuanto al aspecto religioso, en los casos más extremos pueden citarse guerras, ya sean declaradas o no declaradas, como las guerras desarrolladas en Europa durante el XVI y XVII o la llamada guerra Santa. También es digna de mención la persecución realizada desde una postura Atea por la Unión Soviética a aquellos que profesaban un credo religioso.
Otra expresión de intolerancia es sin lugar a dudas el sexismo, que tiene una visión despectiva del sexo opuesto por alguna de sus características, ignorando el rol complementario que tienen la naturaleza femenina y masculina.
Un autor que se abocó especialmente a tratar sobre el tema es John Locke, particularmente en su obra Carta sobre la tolerancia; en esta se boga por la separación del estado en la esfera civil y religiosa, por considerarlas independientes. Ahora bien fue quizá John Stuart Mill quien haya dado el argumento más interesante en favor de la tolerancia, en la medida en que esta puede conducir hacia la verdad. En efecto, el hecho de tolerar la opinión ajena puede servir para un dialogo que demuestre si en las opiniones propias existen errores.
En la actualidad, las actitudes de intolerancia más extremas como el racismo o el sexismo se reprueban abiertamente, pero se han reproducido las mismas actitudes en otras áreas de un modo más velado, pudiendo revestir formas de burla o descalificación.