El viejo proverbio kurdo se cita tan a menudo que sería trillado si no fuera tan cierto. Una minoría étnica de alrededor de 30 millones de personas repartidas por todo el Medio Oriente, los kurdos «no tienen amigos más que las montañas», dicen. El aforismo se demostró de nuevo esta semana.
Los kurdos, el cuarto grupo étnico más grande de la región, han estado haciendo campaña por su propio estado desde finales de 1800. En el desmembramiento del imperio otomano que siguió a la primera guerra mundial, vieron su oportunidad. Las fronteras de un posible Kurdistán se consideraron en las negociaciones después del armisticio de 1918, pero después de que Turquía se defendiera, los franceses y los británicos rompieron esos planes y dividieron las tierras habitadas por los kurdos entre Turquía, Irak y Siria.
Un reino kurdo de corta duración dentro del actual Irak fue aplastado en 1924 con la ayuda de los británicos.
La decisión de la Casa Blanca de la semana pasada de no interponerse en el camino de la invasión turca se basa en una amarga historia de que los kurdos fueron abrazados, luego rechazados por caprichosas administraciones estadounidenses que se remontan a 1975.
Ese año, el presidente iraquí Saddam Hussein hizo un acuerdo de paz sorpresa con el Sha de Irán. Las armas y el dinero estadounidenses que habían estado fluyendo a las fuerzas peshmerga kurdas que luchaban contra Hussein fueron abruptamente cortados. El ejército del dictador iraquí contraatacó rápidamente a los combatientes kurdos varados.
En la década de 1980, los estadounidenses veían a Hussein de manera más favorable. La administración de Ronald Reagan continuó apoyando su guerra contra la ahora República Islámica de Irán, incluso mientras sus soldados bombardeaban con gas a comunidades kurdas en una campaña que los tribunales iraquíes han reconocido como un genocidio. Un ataque con armas químicas en la ciudad norteña de Halabja en marzo de 1988 causó la muerte de hasta 5.000 personas, en su mayoría civiles.
En 1990, la invasión de Kuwait por Hussein lo convirtió de nuevo en un enemigo estadounidense. Una fuerza liderada por Estados Unidos empujó a Irak fuera de Kuwait y la administración de George Bush alentó a los chiítas y kurdos de Irak a levantarse contra el régimen de Hussein. El levantamiento del sur de Irak fue aplastado, pero la resistencia en el norte, seguida de la imposición de una zona de exclusión aérea por las fuerzas occidentales lideradas por una iniciativa del Reino Unido, permitió la creación de una zona kurda autónoma que se convirtió en una república autónoma. Esto finalmente fracasó, ya que no obtuvieron el apoyo de Estados Unidos y fueron derrotados cuando el ejército iraquí se reagrupó.
La lucha nacionalista kurda tuvo un resurgimiento en Turquía en la década de 1980 con la formación del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El grupo militante ha librado una guerra de guerrillas contra el estado turco durante 35 años. Se estima que el conflicto ha matado a unas 40.000 personas y el PKK está clasificado como grupo terrorista por Estados Unidos, la UE y el Reino Unido, entre otros.
En el caos de la guerra civil siria, los combatientes kurdos tomaron el control de ciudades clave del ejército sirio, y las defendieron del Estado Islámico cuando el grupo comenzó a expandirse después de 2014. Estados Unidos, desesperado por un aliado confiable en Siria, ayudó a la lucha kurda contra el EI con ataques aéreos y, finalmente, dinero y armas. Turquía observó la incipiente alianza con creciente alarma.
Después de la llamada telefónica de la semana pasada con el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, Trump sorprendió al mundo, y a muchos en su propia administración, al anunciar que las tropas estadounidenses se apartarían, permitiendo efectivamente que el ejército turco entrara en el noreste de Siria y despejara las áreas fronterizas de los combatientes kurdos que Ankara considera terroristas, y que hasta hace unos días eran los aliados más firmes de Estados Unidos en la lucha contra el EI.
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