El año 1960 fue un año turbulento para el liderazgo de Cargill. Luego de que el presidente Cargill MacMillan sufriera un accidente cerebrovascular que lo debilitaba, y de que el director John MacMillan, hijo, falleciera repentinamente, no había miembros de la familia preparados para dirigir el negocio. El hombre que guió a la empresa en esa transición y que la lideró durante los siguientes 17 años fue Erwin Kelm.
Contratado por Cargill en 1933, luego de graduarse de la Universidad de Minnesota, Kelm se inició como comerciante de cebada. Fue uno de los primeros en pasar por el innovador programa de capacitación de Cargill, diseñado para preparar empleados prometedores para el liderazgo.
Como comerciante, perfeccionó su propio estilo empresarial particular. El año en que fue contratado fue también el año en que finalizó la Ley Seca de EE. UU., lo que disparó la demanda de cebada para la elaboración de cerveza. Trabajar con cervecerías era algo nuevo para todos en la industria, y la cebada se presentaba en innumerables variedades. No obstante, Kelm asumió el desafío, y aprovechó la oportunidad, sin tregua, al unirse muy pronto a la Bolsa de Cereales de Minneapolis para comprar y acopiar el grano. Luego, enviaba personalmente la cebada como muestras a las cervecerías hasta que concretara las ventas.
Con el tiempo, Kelm se convirtió en uno de los más respetados comerciantes de cebada, reconocible instantáneamente en la bolsa de cereales por sus guantes blancos, un accesorio que comenzó utilizando para proteger sus manos. «Era alérgico a las semillas de trigo y cada vez que colocaba las manos en una de las muestras, me aparecían erupciones, así que comencé a usar guantes», recordó Kelm. «Los guardaba en mi traje. Se daban cuenta de que estaba en el mercado cuando usaba los guantes blancos, entonces aumentaban el precio. Así que comencé a usarlos todo el tiempo».
Con un talento natural para los números, Kelm continuó escalando puestos en la empresa, elogiado por su seguridad, visión y capacidad de empoderar a su equipo.
Como presidente, Kelm mantuvo a Cargill como capital privado, lo que les daba a los ejecutivos la libertad económica de innovar con perspectivas a largo plazo. Al alquilar trenes enteros en lugar de vagones independientes, transformó la industria del transporte de cultivos. Mediante el establecimiento de una red de nuevas terminales de exportación y la utilización de trenes con 115 vagones tolva enormes, Kelm redujo los costos de ferrocarril de Cargill en un 50 %.
«No hemos tenido miedo al cambio. Estamos dispuestos a intentar cosas nuevas. La economía, por supuesto, realmente impulsa a las personas a intentar cosas nuevas».
— Erwin Kelm, presidente de Cargill
Bajo esta dirección innovadora y determinada, no había demoras: la empresa se expandía mundialmente, y establecía nuevas plantas en América del Sur, Europa y Asia. A través de adquisiciones, Kelm también introdujo nuevas áreas de negocio, que incluían acero, gestión de riesgos, alimentos y sal: cada una era una extensión natural de la experiencia en granos original de Cargill.
Para fines de los aclamados «años de Kelm», había confeccionado un legado de éxito, al hacer que Cargill se expandiera desde una empresa de granos nacional a un vanguardista mundial en el comercio internacional de bienes de consumo.
Dejando un legado conocido como los extraordinariamente exitosos «años de Kelm», el presidente se reúne con su equipo en la celebración de su jubilación en 1977 en Perthshire, Escocia.